jueves, 3 de mayo de 2007

¿seguro que quiere entrar a ramala?


Ir al Medio Oriente es más fácil de lo que se cree y estar ahí es más peligroso de lo que parece. Un vuelo redondo de Londres a Tel Aviv en la aerolínea British Airways cuesta alrededor de 400 dólares (unos 4 mil 400 pesos). Al llegar, las medidas de seguridad en el aeropuerto son tan estrictas como desesperantes. Tres interrogatorios con espera de 20 minutos entre cada uno, preguntas que se repiten textuales en la misma ronda y revisiones exhaustivas de equipaje que ponen a cualquiera listo para estrangular a alguien. Pero la curiosidad mató al gato (y la nota al periodista) así que ya en el coche hacia Jerusalén no hay espacio para arrepentimientos.
Una pistola cargada con diez tiros y “cartucho cortado” junto al asiento del conductor no parece brindar a un mexicano recién llegado la misma sensación de seguridad que da a los judíos y menos si el que conduce es policía con ropa de civil y a manera de bienvenida le dice a uno en perfecto español: "No se preocupe, vine a recogerlo para que no le pase nada". Es justo en ese momento cuando repentinamente uno comienza a preocuparse.
Si no fuera por los letreros en hebreo, árabe e inglés, los cuarenta y cinco minutos de camino a Jerusalén parecerían transcurrir en una carretera de Canadá o la costa este de Estados Unidos. A medida que uno se repite a sí mismo la terapéutica frase “no pasa nada”, los minutos se suman y la ilusión por ver la tres veces santa ciudad de Jerusalén crece. Comienza entonces el bombardeo verbal de imágenes y recuerdos del amigo judío nacionalizado mexicano que amablemente hace de anfitrión y guía:
- "Este es el restaurante donde explotó una bomba y mató a tres niños ¿te acuerdas?"
- "Aquí en esta esquina fue donde explotó el camión, hasta aquí no se podía pasar antes porque te mataban los palestinos, ahora estamos en la nueva Jerusalén, mira que bonita se ve la muralla de la ciudad vieja de noche ¿ya ves que todo está tranquilo? si aquí somos gente de paz..."
¿De paz? ¿y la pistola? me pregunto, en fin.
Cerca de la media noche en Jerusalén, el hambre se convierte en arrepentimiento cuando el recepcionista de un restorancito carga una metralleta en la espalda y antes de dar las buenas noches le pasa a uno las manos por el cuerpo para ver si no pretende cenar para digerir la misión de inmolarse en el nombre de Alá. La cena transcurre sin novedad y la noche solo alcanza para dormir cuatro horas.
Al otro día muy temprano llega el momento de recorrer la ciudad y hacer entrevistas.
Ya por la tarde, a la entrada de la vieja Jerusalén, el detector de metales delata al guía que trae oculta en los pantalones “por si las dudas” una pistola (otra). Al mostrar el respectivo permiso se la dejan pasar como si fuera un celular.
Jerusalén es una ciudad majestuosa, mágica, no acepta descripción sino invitación a vivirla en carne propia. Dividida en cuatro, cada cuarto es habitado respectivamente por judíos, árabes, cristianos (ortodoxos) y armenios. Ver a cientos de judíos orando ante el Muro de los Lamentos es sin duda el clímax de la visita.
Tras otras cuatro horas de sueño, con la salida del sol viene la partida hacia el norte de Israel. En el recorrido a lo largo de la frontera con Jordania, las escalas en el río Jordán y el mar de Galilea, predomina una sensación de paz muy especial, única, divina. El paso por los altos del Golán explica con una imagen la guerra con Siria y al llegar a Naharya el mediterráneo da la bienvenida al paraíso de playa donde tuvo lugar uno de los más sangrientos atentados de la segunda Intifada. Son las siete de la noche del viernes, comienza el Shabat y no se hace casi nada hasta las 8 de la noche del sábado cuando hay que emprender las tres horas de regreso a Jerusalén.
El domingo es día de entrar a territorio palestino. Después de obtener negativas de cuatro taxistas, el quinto acepta con los 600 shekels el riesgo de llevar un extranjero a Ramala, la pequeña ciudad donde se encuentran casi destruidos los cuarteles de la Autoridad Palestina y las oficinas de Yasser Arafat. En el primer retén del ejercito israelí recuerdan las telenovelas mexicanas, devuelven el pasaporte y permiten el paso; en el segundo, antes de firmar una liberación de responsabilidades, el soldado pregunta aunque en realidad advierte: "¿Seguro que quiere entrar a Ramala?".
La respuesta es afirmativa y también muy impulsiva.
Mientras el Mercedes recorre el corto camino al centro de Ramala, el chofer del taxi comenta: "Estamos bordeando la frontera entre palestinos e israelíes, aquí lo único que divide es la carretera". Uno no puede dejar de sorprenderse con lo paradójico de la situación, es inevitable pensar: si el taxi se detiene y me bajo del lado izquierdo estoy en Israel y si me bajo del derecho estoy en territorio palestino. Es la constante en Jerusalén, la escena se repite por doquier. Sin importar por dónde se transite, las colonias judías están a cruce de calle de las árabes, son casi imposibles de distinguir. Árabes y judíos comparten trabajos y conviven diariamente. Mientras los políticos de ambos lados están inmersos en un segundo proceso de negociaciones para ver si pueden ser vecinos, en los hechos ya lo son; mientras los líderes dicen buscar un acuerdo para vivir separados en paz, en la práctica están ya revueltos.
El taxi avanza entre las precarias calles de Ramala teñidas por el desolador color de la pobreza. El intenso calor hace que las personas no vistan camisetas pero sí cubren su espalda con metralletas; los jóvenes cuando miran disfrazan su odio con desconfianza y el desnudo y protuberante estómago de un hombre barbado sirve de parada a las moscas que descansan como él a la sombra de un periódico árabe de días atrás. El Mercedes se detiene frente a los escombros del cuartel, al fondo se distingue el pequeño edificio donde Arafat está confinado, el único que como él sigue en pie.
Algunas horas después el taxi recorre el mismo camino pero en dirección contraria, los palestinos de un lado y los israelíes del otro.
Otra vez la paradoja.
Si se logra paz algún día ¿dónde pondrán la frontera? ¿cómo harán para separar a los que ya viven juntos?.
El soldado en el retén ya no pregunta "¿Seguro que quiere entrar a Jerusalén?" solo asiente y mira al siguiente.

(Para Isaac y la familia Nagar, por hacerme parte de los suyos unos días y enseñarme la magia del Medio Oriente. ¡Shalom!)

Agosto 2003

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por supuesto que se ve peligroso, aunque me imagino que ya estando ahí, sientes que te habla Dios.

Saludos hermano, es bueno saber que entraste y saliste sano y salvo (sin albur).

Anónimo dijo...

Wow!

¿Está mal si no me espanta?

Lo que daría por tener algo así que contar...

Felicidades por lo recorrido.

Atte. Alejandra Montserrat (ya casi tu ex-alumna TEC)